El Puente de Piedra. El primer puente sobre el río Ebro. La longitud del puente es de unos 225 metros y cuenta con siete arcadas, una de ellas enterrada bajo el Paseo Echegaray, de luces diferentes que van de los 14 a los 32 metros que están soportadas por pilas de desigual anchura provistas de tajamares para desviar el agua. Fuentes históricas dudosas nos hablan de la existencia de un punete en ese mismo lugar ya en tiempos de los romanos, cuando Zaragoza era Caesaraugusta. Ese puente haría las veces de puente y acueducto y se prolongaba a partir del Cardus Maximus, una de las calles principales de las ciudadas romanas y que discurría de norte a sur. Hay que recordar que hace 2000 años el río era más estrecho debido a la menor sedimentación. Y el acceso al río era más sencillo, pues con posterioridad se elevó el nivel de la calle quedando el río más bajo (por eso el Museo del Foro Romano está bajo tierra). Y aunque hoy no queden evidencias físicas del puente (se sospecha que podía ser un puente con pilares de piedra y un tablero de madera) aparte de unos pilares descubiertos en 2007 que no se sabe seguro si son romanos o no, sin duda existió, pues de otra manera Caesaraugusta no hubiera cobrado la importancia que tenía de no ser porque servía como punto de acceso al noreste de Hispania.
El puente también se usaba como fuente de ingresos, ya fuera cobrando el pontazgo (impuesto por cruzarlo), pagando en las casa de aduanas (de las que sólo quedan los restos) por las mercancías que se entraran a la ciudad o, como en 1468, con la construcción de seis molinos en los pilares del puente, construcción que junto a los daños provocados por las riadas, obligó a urgentes reparaciones en los pilares del puente.
En los años siguientes hubo que repararlo en numerosas ocasiones, como por la riada de 1571, que dañó los molinos. Otra el 25 de marzo de 1581, cuyos daños fueron reparados en 1582 por Domingo y Elías Bachiller. Uno de los maestros de obras de El Escorial afirmó el puente al año siguiente, pues los pilares reposaban sobre puntales de madera y eso causó que se destinara sólo al paso de peatones y jinetes como he comentado antes. Enrique Cock, arquero de la guardia de Felipe II, lo recogía en 1585: la ciudad “da paso a los que van por allá por dos puentes, la una de piedra, por la cual no pasan mas que gente de a pie y de a caballo, la otra de madera, por la cual pasan todos los coches y carros”
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